Y eso que a veces no estoy tan elegante
Había una vez un gerente de una funeraria llamado Ernesto, un hombre elegante y siempre impecable en su apariencia. Sin embargo, un día, la suerte decidió jugarle una mala pasada y su vida se convirtió en una serie interminable de accidentes cómicos.
Todo comenzó cuando Ernesto tropezó con una alfombra desgastada y cayó de cara en un charco de lodo justo antes de llegar a la funeraria. Se levantó con el cabello alborotado y la ropa llena de manchas. Sin importar cuánto intentara limpiarse, parecía que el lodo había decidido ser su nuevo accesorio de moda.
A pesar de su apariencia desaliñada, Ernesto decidió seguir adelante y atender a sus clientes. Sin embargo, mientras preparaba el lugar para un servicio, un estante lleno de flores se desplomó sobre él. Quedó cubierto de pétalos y con un aspecto aún más desastroso. Aunque intentó quitarse las flores, solo logró esparcir aún más los pétalos por toda su ropa.
El siguiente accidente ocurrió cuando Ernesto se encontraba en el comedor de la funeraria, tratando de disfrutar de su almuerzo. Mientras intentaba abrir un frasco de salsa, el contenido salpicó directamente en su rostro y terminó con el cabello y la camisa completamente empapados. Parecía más un desastre culinario que un gerente de funeraria.
Con su autoestima en picada y su aspecto cada vez más desaliñado, Ernesto tuvo que enfrentarse a los clientes. Al abrir la puerta principal, una ráfaga de viento hizo volar su sombrero, que cayó en un estanque cercano. Ernesto intentó recuperarlo, pero terminó empapado hasta los huesos y persiguiendo el sombrero en vano.
A medida que el día avanzaba, los clientes llegaban y Ernesto se veía cada vez más desaliñado. Su cabello estaba irreparablemente alborotado, su ropa rasgada y manchada, y su aspecto general parecía el de un payaso desafortunado. Los clientes no podían evitar mirarlo con sorpresa y cierto grado de divertida compasión.
Finalmente, Ernesto se reunió con un cliente que estaba buscando arreglos florales para un funeral. Mirándose al espejo, con un aspecto que parecía salida de una película de comedia, Ernesto decidió ser sincero.
“Disculpe mi apariencia, ha sido un día bastante accidentado”, le dijo al cliente con una sonrisa forzada. “Pero le prometo que, a pesar de mi aspecto, puedo asegurarle un servicio impecable y de calidad”.