Y eso que a veces no estoy tan elegante
Había una vez un gerente de una funeraria llamado Ernesto, un hombre elegante y siempre impecable en su apariencia. Sin embargo, un día, la suerte decidió jugarle una mala pasada y su vida se convirtió en una serie interminable de accidentes cómicos.
Todo comenzó cuando Ernesto tropezó con una alfombra desgastada y cayó de cara en un charco de lodo justo antes de llegar a la funeraria. Se levantó con el cabello alborotado y la ropa llena de manchas. Sin importar cuánto intentara limpiarse, parecía que el lodo había decidido ser su nuevo accesorio de moda.
A pesar de su apariencia desaliñada, Ernesto decidió seguir adelante y atender a sus clientes. Sin embargo, mientras preparaba el lugar para un servicio, un estante lleno de flores se desplomó sobre él. Quedó cubierto de pétalos y con un aspecto aún más desastroso. Aunque intentó quitarse las flores, solo logró esparcir aún más los pétalos por toda su ropa.
El siguiente accidente ocurrió cuando Ernesto se encontraba en el comedor de la funeraria, tratando de disfrutar de su almuerzo. Mientras intentaba abrir un frasco de salsa, el contenido salpicó directamente en su rostro y terminó con el cabello y la camisa completamente empapados. Parecía más un desastre culinario que un gerente de funeraria.
Con su autoestima en picada y su aspecto cada vez más desaliñado, Ernesto tuvo que enfrentarse a los clientes. Al abrir la puerta principal, una ráfaga de viento hizo volar su sombrero, que cayó en un estanque cercano. Ernesto intentó recuperarlo, pero terminó empapado hasta los huesos y persiguiendo el sombrero en vano.
A medida que el día avanzaba, los clientes llegaban y Ernesto se veía cada vez más desaliñado. Su cabello estaba irreparablemente alborotado, su ropa rasgada y manchada, y su aspecto general parecía el de un payaso desafortunado. Los clientes no podían evitar mirarlo con sorpresa y cierto grado de divertida compasión.
Finalmente, Ernesto se reunió con un cliente que estaba buscando arreglos florales para un funeral. Mirándose al espejo, con un aspecto que parecía salida de una película de comedia, Ernesto decidió ser sincero.
“Disculpe mi apariencia, ha sido un día bastante accidentado”, le dijo al cliente con una sonrisa forzada. “Pero le prometo que, a pesar de mi aspecto, puedo asegurarle un servicio impecable y de calidad”.
Cuando tú y tu colega llegan al mismo servicio a hacer los arreglos
En una pequeña ciudad, existían dos floristerías rivales: “Flores Esplendorosas” y “Ramos Divinos”. Sus propietarios, Pedro y María, respectivamente, competían ferozmente por cada contrato de adornos florales. Sin embargo, un día recibieron una sorpresa inesperada: ambos fueron contratados para el mismo funeral.
Pedro y María se encontraron frente a frente en la sala de velatorio, cada uno con su selección de hermosas flores y arreglos. Pero en lugar de competir, decidieron hacer del servicio algo inolvidable y divertido. Después de todo, ¿qué mejor manera de honrar a alguien que alegrar el ambiente?
La primera situación graciosa se presentó cuando Pedro intentó colgar un enorme arreglo floral en la entrada de la sala. Sin embargo, las flores se enredaron en su cabeza y quedó atrapado en una especie de sombrero floral gigante. María no pudo contener la risa y tuvo que ayudar a Pedro a deshacerse de su adorno improvisado.
Más tarde, mientras colocaban coronas en los bancos, María hizo un gesto exagerado y fingió un desmayo. Pedro, pensando que algo grave había ocurrido, entró en pánico y comenzó a sacudirla suavemente. Cuando María finalmente se levantó riendo, ambos se dieron cuenta de lo absurdo de la situación y no pudieron evitar reír juntos.
La siguiente travesura ocurrió cuando Pedro y María estaban preparando un elegante centro de mesa para el ataúd. En un descuido, María tropezó y lanzó accidentalmente un ramo de flores al aire. El ramo voló sobre el ataúd y cayó directamente en la cara del difunto. Pedro y María, avergonzados pero incapaces de contener la risa, hicieron todo lo posible por disimular su risa frente a los dolientes.
A medida que avanzaba el funeral, Pedro y María se desafiaban el uno al otro a crear los arreglos más extravagantes y creativos. Usaron flores de colores inusuales, lazos extravagantes y hasta peluches en forma de animales. Los dolientes se sorprendieron y, en lugar de estar sumidos en la tristeza, comenzaron a sonreír y disfrutar del servicio.
La última situación graciosa ocurrió cuando Pedro y María intentaron despedirse de manera original. Decidieron montar una especie de pasarela de flores por la que los dolientes debían caminar al salir. Sin embargo, en un mal cálculo, colocaron demasiadas flores y las personas comenzaron a tropezar y caer en medio de las risas.
Al final del funeral, Pedro y María se encontraron cara a cara y se abrazaron. Habían convertido un momento triste en una celebración de la vida y el amor por las flores. A partir de ese día, dejaron de ser rivales y se convirtieron en amigos, colaborando en futuros eventos y compartiendo risas.
Reír para no llorar
En una pequeña ciudad, Juan era el encargado de trabajar en la funeraria durante la noche. Cada noche, mientras todos dormían plácidamente, él se encontraba rodeado de cuerpos y velas encendidas.
Una de esas noches, Juan miró hacia la casa que estaba al frente de la funeraria y suspiró. Desde su ventana, podía ver a una familia durmiendo tranquilamente, abrazados por los brazos del sueño. Juan deseaba estar en su lugar, disfrutando de un descanso reparador.
Mientras miraba con envidia la casa, una extraña sensación lo invadió. Vio cómo una luz tenue se encendía en una de las habitaciones y una figura translúcida apareció en la ventana. Para su sorpresa, era un fantasma. Juan se frotó los ojos, pensando que era el cansancio jugándole una mala pasada.
Pero no, no era su imaginación. Los fantasmas de los difuntos de la funeraria comenzaron a salir de sus ataúdes y a flotar hacia la casa de enfrente. Se deslizaban sin hacer ruido, como si bailaran en el aire, y entraban sigilosamente por la ventana.
Juan no podía creer lo que veía. Se acercó a la ventana, tratando de entender lo que ocurría. Dentro de la casa, los fantasmas se mezclaban con la familia, jugando con sus cabellos mientras dormían, tocando sus narices y moviendo sus brazos y piernas.
El espectáculo era tan cómico que Juan no pudo evitar reírse. Era como una escena de una película de comedia paranormal. Los fantasmas parecían estar divirtiéndose tanto que se olvidaron de su propio estado fantasmal y se entregaron por completo al juego.
Juan se dio cuenta de que no podía quedarse solo mirando, así que decidió unirse a la diversión. Saltó por la ventana y se unió a los fantasmas, haciendo travesuras y asustando suavemente a la familia dormida. Juntos, crearon un alboroto fantasmagórico lleno de risas y sustos.
La familia despertó al sonido de sus risas y gritos divertidos. Al principio, estaban asustados, pero cuando vieron a Juan y a los fantasmas riendo y jugando, también comenzaron a reír. Todos disfrutaron de aquel inesperado encuentro paranormal.
A medida que el sol comenzaba a salir en el horizonte, los fantasmas regresaron a la funeraria y Juan volvió a su puesto de trabajo. Se despidieron con risas y guiños, sabiendo que aquel fue un encuentro único y especial.
Desde ese día, cada vez que Juan trabajaba en la funeraria, miraba hacia la casa de enfrente con una sonrisa. Sabía que, mientras todos dormían, él tenía la suerte de vivir momentos de diversión y alegría junto a los fantasmas. Y así, Juan encontró consuelo en su trabajo nocturno, sabiendo que incluso en la muerte, el sentido del humor puede prevalecer.
Cuando estás en la 15 hora de turno en la funeraria y entra una llamada
En un día soleado y caluroso, en medio de un caótico centro de atención telefónica, se encontraba Jorge, un hombre con una paciencia de oro y una resistencia a prueba de bombas. Jorge llevaba trabajando un turno de 15 horas seguidas, respondiendo llamadas sin parar y resolviendo problemas de los clientes.
La fatiga y el estrés comenzaban a pasar factura a Jorge. Sus ojos estaban rojos como tomates y su cabello parecía tener vida propia, apuntando en todas direcciones. Su uniforme estaba arrugado y manchado de café, como si hubiera pasado por un tornado de cafeína.
En medio del caos, sonó el teléfono y Jorge lo levantó con un suspiro. “¿Diga?”, dijo con voz cansada. Del otro lado de la línea, una voz chillona y estridente comenzó a hablar sin cesar. Era una señora que se quejaba de que su tostadora no hacía tostadas lo suficientemente crujientes. Jorge trató de explicarle que él trabajaba en un centro de atención telefónica y que no podía solucionar problemas de electrodomésticos, pero la señora no parecía escuchar.
La llamada se prolongó durante lo que pareció una eternidad. La señora seguía quejándose y Jorge sentía que su cordura estaba al borde del abismo. Comenzó a sudar profusamente y su expresión facial se distorsionó como si estuviera en una película de comedia surrealista.
De repente, algo dentro de Jorge se rompió. Dejó escapar una carcajada histérica y comenzó a reír sin control. La señora al otro lado de la línea se quedó en silencio, atónita ante la risa desquiciada de Jorge. La risa se mezclaba con sollozos y susurros incoherentes mientras la locura se apoderaba de él.
En la oficina, todos miraban a Jorge con asombro y preocupación. Algunos intentaron calmarlo, otros simplemente se alejaron lentamente como si hubieran visto a un extraterrestre. Mientras tanto, Jorge se reía y se tambaleaba por la sala, hablando con objetos inanimados y jugando al escondite con las plantas de la oficina.
La gerente, desesperada por controlar la situación, llamó a un especialista en salud mental. Cuando llegó, se encontró con un escenario que parecía sacado de una película de comedia absurda. Jorge estaba sentado en el suelo, con un sombrero de papel en la cabeza y jugando a las cartas con una fotocopiadora.
El especialista evaluó a Jorge y determinó que el estrés acumulado y la falta de descanso habían provocado un episodio de locura temporal. Recomendó que Jorge tomara un descanso prolongado y se sometiera a terapia para recuperarse completamente.
Por favor no hagan face swap en un funeral
Cuando los Filtros de TikTok se Apoderan de los Funerales: Una Historia de Risas y Caos
En los últimos años, las redes sociales se han convertido en una parte integral de nuestras vidas. Desde selfies con filtros de animales hasta videos divertidos, las aplicaciones como TikTok han proporcionado entretenimiento sin fin. Sin embargo, parece que algunas personas han llevado la obsesión por los filtros un paso demasiado lejos, y los funerales no son una excepción.
La tristeza y el respeto que se asocian tradicionalmente con los funerales han sido reemplazados por risas y caos en algunos casos, todo gracias a los filtros de TikTok. Sí, has oído bien. ¿Quién hubiera pensado que agregar orejas de conejo y efectos de voz en un funeral sería una buena idea?
Recientemente, en la pequeña ciudad de Tiktown (no, no es solo una coincidencia), se celebró un funeral conmemorativo. La familia del difunto, esperando un ambiente tranquilo y respetuoso, se encontró con algo completamente inesperado. Los asistentes comenzaron a sacar sus teléfonos y a abrir la aplicación de TikTok. De repente, las caras de los dolientes se transformaron en filtros de perros, gatos, incluso de extraterrestres.
Aunque algunos de los invitados intentaron mantener la compostura, las risas eran inevitables. La solemnidad del momento se desvaneció mientras todos se encontraban tratando de atrapar las imágenes más ridículas. La familia del difunto, visiblemente confundida y molesta, intentaba en vano mantener el control de la situación. El hijo del difunto, en un intento desesperado de calmar las cosas, incluso intentó hacer un baile viral de TikTok en medio de la sala funeraria.
Este incidente no fue un caso aislado. Al parecer, el uso de filtros de TikTok en funerales se está convirtiendo en una tendencia preocupante. La gente ha dejado de lado el respeto y la empatía por el dolor de los demás, todo por un par de risas y algunos “me gusta” en las redes sociales.
Las consecuencias de esta nueva moda han sido desastrosas. Familias divididas, amigos enemistados y hasta sacerdotes persiguiendo a los asistentes con agua bendita para “exorcizar” los filtros malignos. Incluso algunos cementerios han tenido que emitir advertencias oficiales, prohibiendo el uso de filtros de TikTok en sus terrenos sagrados.
Sin embargo, en medio de la locura, hay quienes defienden el uso de filtros en funerales. Algunos argumentan que puede ser una forma de aliviar la tensión y hacer frente a la tristeza a través del humor. Pero, ¿a qué costo? ¿Debemos sacrificar el respeto y la dignidad de un evento tan importante como un funeral por unas risas momentáneas?
Como dice el refrán, “el humor tiene su tiempo y su lugar”. Y definitivamente, el funeral no es el lugar para hacer payasadas en las redes
Apenas me afecto la falta de sueño, turnos de 18 horas y servicios sin parar
Una vez, en una pequeña ciudad, había un embalsamador llamado Pedro, pero no era un embalsamador común y corriente. No, Pedro era conocido como el “Rey del Embalsamamiento”, porque tenía la extraña habilidad de dejar a los difuntos con una apariencia tan realista que parecían vivos.
Un día, mientras Pedro embalsamaba a un cliente, recibió una llamada urgente. Era el alcalde de la ciudad, quien le informó que había una gran demanda de servicios funerarios debido a un brote de un extraño virus. Sin pensarlo dos veces, Pedro se puso su capa de embalsamador y salió corriendo hacia la funeraria.
La situación era caótica. Pedro trabajaba día y noche, embalsamando cuerpos sin descanso. Estaba tan ocupado que comenzó a parecer un zombi viviente. Sus ojos estaban tan rojos como las luces de emergencia, su piel tan pálida como la luna llena y sus movimientos tan torpes como los de un muerto viviente.
La gente comenzó a notar su aspecto extraño y se preguntaban si estaba embalsamando a sí mismo en lugar de a los difuntos. Las noticias se extendieron rápidamente por la ciudad, y Pedro se convirtió en el chiste del pueblo. Los niños se escondían y gritaban “¡Ahí viene el embalsamador zombi!”, mientras los adultos le ofrecían caramelos en forma de ataúdes.
Pero Pedro no dejaba que los comentarios negativos lo detuvieran. Seguía embalsamando cuerpos con una sonrisa en su rostro, aunque pareciera más una mueca espeluznante. A medida que pasaba el tiempo, incluso comenzó a hacer chistes macabros mientras trabajaba. Decía cosas como: “¿Por qué no puedes confiar en un esqueleto? ¡Porque es un traicionero sin carnes!”.
La ciudad entera se sumergió en un extraño sentido del humor negro. La gente hacía bromas sobre la “promoción especial de Pedro: ¡dos cuerpos embalsamados por el precio de uno!”. Las risas se escuchaban por las calles, a pesar de que todos sabían que el motivo detrás de la demanda de servicios funerarios no era para nada divertido.
Finalmente, el brote del virus disminuyó y Pedro pudo tomar un merecido descanso. Se miró en el espejo y se rió de su propia apariencia monstruosa. Decidió que era hora de dejar atrás su imagen de zombi y volver a ser el embalsamador de aspecto normal que solía ser.
Y así, Pedro regresó a su vida normal, dejando atrás los días en los que parecía un zombi viviente. Aunque la gente todavía se reía de las extrañas circunstancias, Pedro nunca perdió su sentido del humor. Desde entonces, siguió embalsamando cuerpos con maestría, pero siempre recordando que en la vida, incluso en los momentos más sombríos, una buena risa puede ser la mejor medicina.
Funerasaurio
Había una vez en el mundo de los dinosaurios una ciudad llamada “Dinoopolis”. Era una ciudad bulliciosa y animada, llena de dinosaurios de todas las formas y tamaños. En medio de esta ciudad, se encontraba una pequeña funeraria llamada “La Última Huella”, propiedad de un Triceratops llamado Terry y un Velociraptor llamado Victor.
Terry y Victor tenían una extraña pasión por los servicios funerarios. Aunque parecía un negocio inusual para los dinosaurios, se habían ganado una buena reputación en la ciudad. Eran conocidos por su empatía y su habilidad para consolar a las familias en tiempos difíciles.
Un día, mientras estaban ocupados atendiendo a una familia de Pterodáctilos afligidos, recibieron una noticia inquietante. Un asteroide gigante se dirigía directamente hacia Dinoopolis y los científicos predijeron que chocaría con la ciudad en pocos días. La noticia se extendió rápidamente, y el pánico se apoderó de todos los habitantes.
A pesar del caos, Terry y Victor decidieron seguir trabajando. Pensaron que, en tiempos de crisis, la gente necesitaría más que nunca sus servicios de consuelo. La idea de los dinosaurios manejando una funeraria mientras se acercaba la catástrofe parecía absurda, pero ellos estaban decididos a hacer su mejor esfuerzo.
Las próximas jornadas fueron caóticas. Los dinosaurios hacían fila en “La Última Huella”, buscando consuelo y despidiéndose de sus seres queridos. Terry y Victor trabajaban sin descanso, asegurándose de que cada uno recibiera un servicio adecuado. La funeraria estaba repleta de tristeza, pero también de risas, ya que los dinosaurios compartían historias divertidas y recordaban los buenos momentos.
A medida que el asteroide se acercaba, Terry y Victor notaron algo sorprendente: la ciudad estaba más unida que nunca. Los dinosaurios habían dejado de lado sus diferencias y se apoyaban mutuamente en este difícil momento. Juntos, compartían abrazos, risas y llantos, encontrando consuelo en su comunidad.
Finalmente, el fatídico día llegó. El asteroide se acercaba a una velocidad vertiginosa. Terry y Victor decidieron cerrar la funeraria y unirse a sus amigos y vecinos en la montaña más alta de Dinoopolis para presenciar el evento. Con lágrimas en los ojos, se abrazaron mientras esperaban lo inevitable.
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