Me tropecé en el velorio y dije…
Había una vez un joven llamado Juan, conocido por ser un poco torpe y siempre estar metido en situaciones embarazosas. Un día, Juan recibió una invitación para asistir a un funeral. Aunque no conocía muy bien al difunto, decidió ir para mostrar su apoyo a la familia.
El día del funeral llegó y Juan se vistió de forma respetuosa. Llevaba un traje oscuro y caminaba con cautela mientras se dirigía al cementerio. Sin embargo, la suerte no parecía estar de su lado ese día.
Cuando llegó al cementerio, Juan se encontró con un camino lleno de tumbas y lápidas. Trataba de caminar con solemnidad, pero sus pies parecían tener vida propia. De repente, tropezó con una pequeña piedra y se tambaleó descontroladamente, casi cayendo sobre una tumba cercana.
Afortunadamente, logró mantener el equilibrio y evitar una caída completa. La gente que estaba cerca contuvo la risa y trató de disimular su divertimento. Juan, tratando de aliviar la tensión, decidió hacer un chiste para romper el hielo.
“¡Vaya, casi me mato también! Parece que el difunto no quiere que lo olvidemos fácilmente”, dijo Juan con una sonrisa nerviosa.
En lugar de causar incomodidad, su comentario inesperado provocó una ola de risas entre los presentes. Pronto, todos se relajaron y comenzaron a compartir anécdotas divertidas sobre el difunto y las veces en las que habían pasado por momentos incómodos.
Juan, agradecido de haber alegrado el ambiente, se unió a la conversación, compartiendo sus propias historias de tropiezos y caídas. La gente se reía sin parar mientras recordaban las veces en que habían hecho el ridículo en situaciones inoportunas.
El sacerdote, que oficiaba el funeral, no pudo evitar contener la risa ante el ambiente tan distendido. Decidió aprovechar el momento para hablar sobre la importancia de recordar a los seres queridos con alegría y humor, celebrando las anécdotas divertidas que los unían.
El funeral se convirtió en un auténtico espectáculo de risas y ocurrencias. A medida que el servicio llegaba a su fin, la gente se despidió con una sonrisa en lugar de lágrimas. El cementerio se llenó de una energía vibrante y positiva, donde los dolientes encontraron consuelo en la camaradería y en las historias cómicas compartidas.
Al finalizar el funeral, Juan fue abordado por varios de los asistentes, quienes le agradecieron por su humor y su capacidad para convertir una situación triste en algo más ligero y alegre. Juan se sintió feliz de haber logrado brindar algo de felicidad en un momento difícil.
Desde ese día, Juan se ganó la reputación de ser un maestro del humor en los funerales. Incluso comenzó a recibir invitaciones especiales para asistir y añadir su toque cómico a los servicios. Su peculiar talento se convirtió en una forma de consuelo para aquellos que buscaban encontrar la luz en los momentos más oscuros.