Apenas me afecto la falta de sueño, turnos de 18 horas y servicios sin parar
Una vez, en una pequeña ciudad, había un embalsamador llamado Pedro, pero no era un embalsamador común y corriente. No, Pedro era conocido como el “Rey del Embalsamamiento”, porque tenía la extraña habilidad de dejar a los difuntos con una apariencia tan realista que parecían vivos.
Un día, mientras Pedro embalsamaba a un cliente, recibió una llamada urgente. Era el alcalde de la ciudad, quien le informó que había una gran demanda de servicios funerarios debido a un brote de un extraño virus. Sin pensarlo dos veces, Pedro se puso su capa de embalsamador y salió corriendo hacia la funeraria.
La situación era caótica. Pedro trabajaba día y noche, embalsamando cuerpos sin descanso. Estaba tan ocupado que comenzó a parecer un zombi viviente. Sus ojos estaban tan rojos como las luces de emergencia, su piel tan pálida como la luna llena y sus movimientos tan torpes como los de un muerto viviente.
La gente comenzó a notar su aspecto extraño y se preguntaban si estaba embalsamando a sí mismo en lugar de a los difuntos. Las noticias se extendieron rápidamente por la ciudad, y Pedro se convirtió en el chiste del pueblo. Los niños se escondían y gritaban “¡Ahí viene el embalsamador zombi!”, mientras los adultos le ofrecían caramelos en forma de ataúdes.
Pero Pedro no dejaba que los comentarios negativos lo detuvieran. Seguía embalsamando cuerpos con una sonrisa en su rostro, aunque pareciera más una mueca espeluznante. A medida que pasaba el tiempo, incluso comenzó a hacer chistes macabros mientras trabajaba. Decía cosas como: “¿Por qué no puedes confiar en un esqueleto? ¡Porque es un traicionero sin carnes!”.
La ciudad entera se sumergió en un extraño sentido del humor negro. La gente hacía bromas sobre la “promoción especial de Pedro: ¡dos cuerpos embalsamados por el precio de uno!”. Las risas se escuchaban por las calles, a pesar de que todos sabían que el motivo detrás de la demanda de servicios funerarios no era para nada divertido.
Finalmente, el brote del virus disminuyó y Pedro pudo tomar un merecido descanso. Se miró en el espejo y se rió de su propia apariencia monstruosa. Decidió que era hora de dejar atrás su imagen de zombi y volver a ser el embalsamador de aspecto normal que solía ser.
Y así, Pedro regresó a su vida normal, dejando atrás los días en los que parecía un zombi viviente. Aunque la gente todavía se reía de las extrañas circunstancias, Pedro nunca perdió su sentido del humor. Desde entonces, siguió embalsamando cuerpos con maestría, pero siempre recordando que en la vida, incluso en los momentos más sombríos, una buena risa puede ser la mejor medicina.